¿Para mí? ¿Mis padrinos de domingo?
Pero la hermana Francisca movió la cabeza y me dijo:
-No, no son padrinos. Es una cariñosa dama, y ella te ha escogido.
De nuevo no entendía nada. ¡Escogido! ¿Cómo puede escogerme, si todavía no me ha visto nunca? Cuando te escogen como ahijado de domingo, en primer lugar te miran. Pero a mi no me ha escogido nadie, de esto estoy segura; tendría que haberlo notado, desde luego. En toda la semana no ha venido nadie a escogerme.
Después la hermana Francisca acabó por aclarármelo del todo. Me explico que había venido una dama a la que le agradaría tener un ahijado de domingo, y le era igual que fuera chico o chica, y la edad también le daba igual, lo mismo que su aspecto. Aceptaría cualquier niño que la hermana Francisca propusiera.
-Si, y entonces he pensado en ti- dijo al final la hermana Francisca, y todavía tubo tiempo de abrocharme el botón más alto de mi rebeca. Mi primer pensamiento fue: «Ya puedo estar contenta de que no haya propuesto al bobo de Carli». Pues tampoco tiene padrinos de domingo, lo que en su caso no es ninguna maravilla. Y después pensé: «En realidad me gustaría más dos padres, un papi de domingo y una mami de domingo». Entonces preferí no continuar pensando porque, de algún modo, es ser desagradecida, pero luego pensé: «Está muy bien que la dama no me haya escogido… Si me hubiera visto antes, acaso no la habría gustado, y hasta es posible que prefiriera llevarse al bobo de Carli. Antes, a mí tampoco me ha querido nadie y ahora ella me tiene que aceptar, porque la hermana Francisca ha decidido» y entonces si que empecé a estar contenta. Cuando estoy contenta, siento un hormiguero en la barriga, y en aquel momento empezó a hormiguear…, en la misma habitación de la hermana Francisca. Pero no dejé que se me notara nada, solamente le hice el gesto con la rodilla y dije «muchas gracias», que es lo que ella espera, y me fui rápidamente hacia la puerta, y la hermana Francisca me gritó detrás de mí:
-El próximo domingo te recogerán, espero que… – pero el resto no lo oí, ya estaba subiendo las escaleras, corriendo hacia nuestra habitación.
Lo primero que hice fue sentarme en mi cama y me puse el conejito de peluche de regazo. Y me volví a desabotonar la rebeca. Tenía un calor terrible. ¡Y no sólo por la rebeca!
¡El próximo domingo vendrán a recogerme!
¡Como a otros niños, exactamente igual que a los otros! ¡Una mami de domingo! No importa que no sean unos padres verdaderos, lo principal es que me quiere alguien y que me vendrá a recoger. Para todo el domingo. Desde ahora, ¡para siempre! ¡Una mami de domingo para salir sola! Y dije en voz alta, aunque bajito, mientras apretaba mi conejo contra la mejilla:
-Mami de domingo
El conejo de peluche es mi consejero. Siempre lo ha sido. ¡Sabe escuchar tan bien con sus orejas gastadas de tanto chuparlas! Siempre está conmigo. En la escuela y en el gimnasio claro que no, pero si no casi siempre. Tiene unos pantalones a cuadros azules y blancos y unos ojos de botones de color marrón oscuro, preciosos, muy grandes y muy inteligentes. A mi también me gustaría tener los mismos ojos, pero no los tengo, solo unos azul- gris- verde. Una cosa mezclada.
Pero no se le puede hacer nada.
El conejito me lo regaló una hermana en el hospital, cuando nací; eso me lo han explicado. Y también que nunca quería dormirme si no tenía el conejito a mi lado, sobre la almohada.
Ahora todavía es así. Andrea ya se ha marchado. Sus padrinos de domingo la han recogido de buena mañana. Antes de irse me han dicho que harán una larga excursión. Para mí será maravilloso. Pero me conformo con todo. Hoy seré amable y cariñosa. Ya son las nueve y cinco. Alba aún no ha llegado. ¿Dónde estará?
El pasado domingo también llego tarde, acaso ¿Va a llegar siempre retrasada?
No importa ya la espero. Seguro que viene a buscarme. Por teléfono me dijo que esperaba con ilusión que llegara el domingo. El domingo siguiente es hoy y por tanto vendrá a buscarme. Yo me lo creo. Finalmente. Pero para mayor seguridad, aprieto bien el pulgar bajo los otros cuatro dedos. Significa que trae suerte. Entonces no hay nada que pueda salir mal.
Y es más, si hoy no viniera a buscarme, no sabe lo que se pierde, ¡ pero en serio! Porque estoy muy amable y cariñosa… y no me molesta en absoluto ese piso tan raro que tiene, ni siquiera que fume.
La alfombra blanca y peluda la encuentro muy bonita, y también me comeré el pan con miel; es cierto, no me importa nada hacerlo. Y si tiene que trabajar y se sienta a su mesa en la cocina-taller y hace una mirada ausente, pues no diré ni pío y le prepararé un té. Lo sé hacer muy bien. En el mío no pondré azúcar, y después ordenaré un poco sus cosas. Porque hay mucho desorden y seguro que no tiene tiempo de arreglarlo todo. Así se pondrá muy contenta y a mi me encontrará excelente. ¡Si por fin viniera… para que yo pueda ir a poner orden…!Y ya la tengo delante de mí. Con anorak y el gorro con borla. No la he visto llegar. Me escurro de mi asiento y ella alarga su mano para coger la mía y me dice:
-¿Qué hay de nuevo, nena de domingo? ¿Nos vamos?
– y tira de mí hacia la puerta.
¡Por fin ya está aquí! Me había propuesto ser muy amable y decirle: «¡Buenos días, Alba, qué contenta estoy!».
Pero otra vez no me acaba de salir. ¡Que tonta! Cuando estamos en la calle, Alba me pasa el brazo por el hombro y me da un corto apretón. Es una sensación muy buena. Y me revuelve el pelo. En realidad no me gusta que nadie me lo revuelva, pero ella puede hacerlo y además me mira con unos ojos grandes, como los de mi conejo. Me parece que hoy esas gafas tan aburridas que lleva ya no tapan tanto sus ojos de conejito, y está sonriendo y me dice:
-¡Vaya, vaya! ¡Que bien volverte a ver!
Yo digo que si con la cabeza y me gustaría decir: «yo también me alegro de volverte a ver».
Pero otra vez no digo nada. Tan sólo siento una sensación de calor en la barriga, así, como si ya se lo hubiera dicho.
Alba vuelve a poner su brazo en mi hombro y empezamos a andar. Una al lado de la otra. No va demasiado bien, porque ella da unos pasos muy largos y yo tengo que dar rápidamente dos cortos por cada uno de los suyos. Es como correr andando. Alba lo nota y quita su brazo de mi hombro, me coge la mano, la levanta hacia arriba y pregunta:
-¿Eres demasiado mayor para esto?- y mantiene nuestras manos cogidas en lo alto.
Meneo deprisa de un lado a otro la cabeza. Cogerse de la mano es bonito, auque ya haga tiempo que sea demasiado mayor para esto.
-Entonces bueno- dice Alba, y retiene mi mano en la suya y continuamos andando. Ahora nuestros pasos armonizan bien.
Bajamos así por la calle en dirección a la parada del metro. Mano a mano. Podría estar andando así toda la vida. De veras. Me alegro que sea domingo, ahora si que ha empezado a serlo. Me alegro de que Alba me coja de la mano…
-Vamos a hacer una pequeña excursión, ¿quieres?
– dice Alba y me da un apretón y yo se lo devuelvo. No muy fuerte, solo un poco, para que lo note. Excursión. ¡Estupendo!
Pero se me ocurre que no tiene coche, ¿Cómo quiere que vayamos de excursión?
Todos los niños salen de excursión en coche. Y le digo:
-¿Sin coche?
Y me muerdo la lengua enseguida, me enfado conmigo misma. Pues se bien que no puede comprarse ningún coche. Los coches son caros. Ha sido un estupidez.
Pero Alba no se ha ofendido.
-No lo necesitamos- me dice y vuelve a tirar de mí-. También vamos bien sin coche, ¿no crees? Le digo que sí aliviada.
-Iremos con el metro. Hasta un lago- continúa Alba-; he pensado que podríamos hacer un picnic, ¿o tienes demasiado frío?
Le digo impetuosamente que no con la cabeza. Auque haga bastante. Nunca he hecho un picnic sola con alguien. Siempre ha sido con los otros niños y la hermana Linda. Y en el parque. ¡Pero en un lago nunca! Tengo muchas ganas de ir a un lago. ¿Habrá uno aquí en la ciudad? Creo que si, Alba hubiese dicho que nos sentamos ahí detrás, bajo el techo de la parada del tranvía, y nos comemos unos panes con miel, también me gustaría hacerlo. Porque está conmigo.
En el piso de Alba huele otra vez humo. Y de que manera. Ahora ya no viene de nuevo. Lo del fumar no me gusta, ya se lo diré. Ahora ya me atrevo. Fumar es terriblemente perjudicial, si fumas te ponés enferma. Y yo no quiero que Alba enferme. ¿y si luego se muere, cuando precisamente acabamos de conocernos?
He ido enseguida a la cocina-taller y he abierto la ventana de par en par. Y la de la habitación blanca también. ¡Cómo volvía a estar la cocina-taller! Tengo que ponerme a ordenar a toda costa, pero ya. ¡Que desastre de Alba! Los platos sin lavar, ceniceros sin vaciar, papeles y cachivaches en todas las direcciones de la mesa, y en medio de todo hay una bolsa de plástico con nuestra comida para el picnic, la que se ha olvidado…
Cuando todavía estoy pensando por dónde empezar, Alba dice desde el cuarto de baño que ahora es cuestión de meterse de un salto en la bañera. Si no, aún nos constiparíamos, tan mojadas como vamos, y un constipado nos traería disgustos en el Hogar.
Tiene razón. No quiero coger un resfriado. Siempre tengo un aspecto horroroso, la nariz roja y los ojos hinchados. Con un resfriado así ya asusté una vez a unos padres de domingo.
-Escucha- dice la hermana Francisca y me habla de los cabellos, cerca de mi oreja-. Escucha. Con la señora Fiedler y con su amigo hemos estado pensando si, quizá, sería posible una adopción.
Me hace unas cosquillas cuando me habla tan cerca de la oreja. Murmura de un modo… ¿qué ha dicho? No sé. Tengo la cabeza muy cansada… me está meciendo de aquí para allá. Como a un bebé. Quisiera ser un bebé… me gustaría ser el bebé de Alba… hablo en voz baja contra el hombro de la hermana Francisca y digo:
-¿Por qué no viene a buscarme?
-Porque nos parece mejor que la señora Fiedler solucione hoy con su amigo la cuestión de la adopción, todos tenemos que guardar un poco las distancias, de momento- responde la hermana Francisca y me acaricia la cabeza, la cuestión de la adopción… ¿Qué ha dicho que tenían que solucionar? Cuestión de adopción. Adopción… me pongo derecha. Adopción. Eso lo conozco, eso es algo fabuloso. Algunos niños de aquí, del Hogar, han tenido unos padres que han conservado luego para siempre. Los niños nunca han vuelto al Hogar, solo de visita, alguna vez. Los niños están adoptados.
Y susurro muy bajito:
-Adoptar
-Sí – dice la hermana Francisca-, adoptar. Sabes lo que quiere decir ¿no?
-Lo sé. Es algo estupendo. ¡Tienes unos padres para siempre!
-Bien -dice la hermana Francisca, y ahora me lo dice en la cara porque la estoy mirando-, a la señora Fiedler le gustaría adoptarte. Y entonces continúa hablando, pero yo ya no puedo escucharla. Sencillamente no puedo.
Empiezo a sentir un cosquilleo en la barriga.
Alba quiere adoptarme. Quiere que sea su hija para siempre, no sólo su hija de domingo. Ella quiere…
A Andrea no le he explicado nada. De la adopción. Y tampoco a nadie más. Antes tiene que ser muy seguro, muy seguro. Pero cuando lo sea, sí que se lo contaré a todos. O, bien aún sería mejor que cogiera al conejo, hiciera sencillamente las maletas y, cuando Andrea me pregunte, entonces le digo con mucha indiferencia: «van a adoptarme, para que lo sepas. Adiós». Entonces si que se quedará sorprendida. Y tendrá envidia.
Solo de pensarlo, ya me da un calor… En la barriga y también en la cabeza. Que te adopten es lo más hermoso de todo.
Creo que la hermana Linda también sabe algo. Por las noches, al arroparnos en la cama, me da dos besos de buenas noches. Es muy agradable porque, sin que nadie lo sepa, me imagino que es Alba la que me da un beso. Auque sus besos no sean tan mojados, ya lo sé.
Creo que la hermana Linda me va a echar mucho de menos. ¿Por qué conmigo está haciendo estas cosas?. Parece que me fuera a marchar pronto. Siempre que puede atraparme, me acaricia. ya me dejo atrapar a menudo. Porque con lo de acariciar es como con lo de besar. Cierro los ojos y me imagino… a Alba. Mi mami de domingo. Ay, no, mi mamá de verdad.
* Extraído de «Infancia y Adopción» Nº 3. Editado por Addia. Barcelona 1998
*Mebs Gudrun «Nacida en Domingo» – Barcelona. Ed. Quarto 1985.