Una tarea fundamental del pediatra es acompañar con su asesoramiento a las familias en la crianza de sus hijos. Desde esta función asume también su compromiso en el cuidado de la salud de niños y adolescentes.
Su formación profesional le aporta los conocimientos que, sobre aspectos biológicos, psicológicos y sociales, son necesarios para comprender y tratar los problemas de salud y crianza de los niños.
Pero ocurre que cada hijo y cada familia es una realidad única e irrepetible, tanto por sus características biológicas como por sus circunstancias.
Es así que el mayor desafío de un pediatra es poder acceder al conocimiento íntimo de esa realidad única, pues es esta conocimiento el que le permite detectar los riesgos y evaluar los recursos inherentes a cada familia. Tarea fundamental, puesto que es en el interjuego de esos riesgos y esos recursos donde se generan la salud y la enfermedad.
La diversidad biológica y cultural, que es una de las características más valiosas de nuestra especie, determina múltiples organizaciones posibles al servicio de la crianza de sus niños.
La adopción, una de ellas, es un camino basado en el amor solidario, generador y sostenedor de la vida. En él están involucrados, a lo largo de toda su vida, el niño, su familia adoptiva y sus padres biológicos. Por todo ello, en una sociedad solidaria todos los integrantes de esta tríada tendrían que ser cuidados y considerados en sus necesidades especiales.
Este camino, como toda la vida, tiene sus logros y sus duelos.
Cuando se lo transita adecuadamente es una fuente de alegría, crecimiento y enriquecimiento para el niño, su familia y la sociedad en su conjunto.
Niño adoptado no es sinónimo de niño enfermo o problemático. Lo esperable es que, como cualquier niño adecuadamente sostenido por su familia y ésta por la sociedad, el niño adoptado esté en condiciones de expresar todo su potencial biológico y humano.
Los cuidados que necesita un niño adoptado para la promoción de su salud y la atención de sus enfermedades son en esencia los mismos que requiere cualquier otro niño. Y como todo niño tiene también necesidades específicas. Una de ellas, muy importante, está relacionada con la elaboración de su propia identidad.
El proceso de adopción tiene también sus propios duelos. Los padres biológicos pierden un hijo y con él quizás la integridad de su autoestima. El niño pierde a sus padres biológicos y en parte sus raíces e identidad. Los padres adoptivos pierden, quizás, su percepción de capacidad reproductiva y el hijo que no pudo ser. Todos debieran ser ayudados a enfrentar con honestidad sus pérdidas, pues la negación de estas realidades dificulta una sana evolución del duelo, necesaria para construir la salud.
La orientación anticipatoria y preventiva es una herramienta fundamental para organizar la crianza sobre bases realistas y disparar los temores infundados y los prejuicios con que se considera frecuentemente la vida de un niño adoptado.
El pediatra puede ser muy útil facilitando estos procesos y ayudando al mismo tiempo a esta tríada a reconocer sus nuevos roles y circunstancias en cada nueva etapa evolutiva del niño y a encontrar y desarrollar los recursos para una vida sana.
Por otra parte, como integrante del equipo de salud y desde su rol de médico de cabecera, tiene una función muy importante en la facilitación del trabajo de los equipos interdisciplinarios necesarios frecuentemente para enfrentar muchos de los problemas que depara la vida.
Desde esta posición, el pediatra es también en parte responsable de contribuir al logro de la transformación cultural que permita percibir la adopción no como un acto acotado en el tiempo, ni como una enfermedad a ser tratada, sino como un proyecto de la vida a ser cuidado.
*Presidente de la Sociedad Argentina de Pediatría