Queremos contarles, desde nuestra experiencia y desde nuestros sentimientos cómo fue y es el camino que estamos recorriendo junto con nuestros hijos Ariel y Hernán. Todo comenzó cuando en septiembre de 1999 nos decidimos a comenzar los trámites de adopción en el Consejo de Minoridad y Familia, para formar una familia. Pasamos por charlas, por muchas reuniones en donde nos preguntaban sobre distintos temas, acerca de nosotros y de lo que queríamos y sentíamos. Primero estábamos decididos a adoptar un bebé, pero después cuando la asistente social nos habló de la posibilidad de tener hermanitos, lo pensamos mucho y nos decidimos por adoptar dos hermanos. Despúes de casi tres años de espera, en la que cada uno de nosotros individualmente y como pareja tratamos de ocupar nuestras vidas con vivencias que nos hicieron crecer, fortalecernos, enriquecernos y por sobre todo mantener alejados los pensamientos obsesivos, ansiosos y angustiantes con los que cada día teníamos que luchar, pues siempre aparecía la misma pregunta: ¿Cuándo vendrán nuestros hijos? Por qué hay que esperar tanto? ¿Por qué? ¿Por qué?. Esto hizo que la espera no fuera desesperada, sino que al contrario fuera esperanzada. Hubo lágrimas, muchas expectativas, deseos, miedos, pero siempre nos hizo bien imaginar las caritas de nuestros futuros hijos. Y como toda espera, la nuestra terminó cuando un día de febrero del 2002 nos llamó la jueza para decirnos que había dos hermanitos, uno de cuatro años y otro de seis años, que desde hacía tiempo estaban esperando encontrarse con sus nuevos papás. ¡Qué mezcla de sentimientos!. Tánto tiempo imaginando el momento del encuentro y ya había llegado! Sentimos una profunda alegría y a la vez miedo, ansiedad y vértigo. Todas las preguntas pasaron por nuestra mente y todas las emociones por nuestro corazón, que latía cada vez más fuerte. Dos días después del llamado, los conocimos y desde ese momento supimos que Ari y Henri serían nuestos hijos por siempre. Vimos los ojitos llenos de miedo y desconfianza de Hernán y la sonrisa inmensa de Ariel. Los dos estaban juntitos, chiquitos, indefensos, llenos de amor y de temor, de ganas de integrarse y sin poder creer que esa mamá y ese papá no los abandonarían nunca. Apenas pudimos darles un beso y una caricia, la química se dio.Ya nos habíamos encontrado, nos habíamos elegido. A partir de ese inolvidable, irrepetible y maravilloso encuentro, vino el trabajo de todos los días, el de construír el vínculo entre padres e hijos, para formar una familia diferente, especial y única. No podemos negar que este camino que hace quince meses estamos recorriendo es difícil, lento, en donde se necesita paciencia, tolerancia, límites, ayuda, que recibimos constantemente desde un principio de la Fundación Adoptare, pero por sobre todo este AMOR, todo el AMOR, porque solo él cura, abriga, contiene, protege, aviva la llama de ésta, nuestra familia y ya dentro de poquito tendrán los chicos nuestro apellido para siempre.