Desinformación, largas esperas y fechas inciertas para concretar la adopción promueven en los futuros adoptantes fantasías y deseos de acceder a un niño utilizando circuitos ilegales.
La justificación en personas éticas y honestas se apoya en que al niño se le dirá su condición de adoptivo, se le explicará las razones que llevaron a tales circunstancias, con lo cual dicha ilegalidad se blanqueará y ya no será tal.
Error importante de desarticular.
Un niño por el cual se paga, y se lo inscribe como hijo biológico no es un niño adoptado sino un niño «apropiado» (sustitución de identidad).
Dicho acto no se anula por declararle al niño el modo en que ha llegado a la familia, la ilegalidad tiene que ver con la acción que se realiza y puede aportar alivio no cargar con este secreto, pero su relato no modifica el carácter de los hechos ni sus efectos posteriores.
Desde el niño se produce una doble traición, su progenitora no sólo lo concibió sin poder luego criarlo hecho que suele ser doloroso para el niño sino que además fue utilizado como un producto de intercambio, mercancía – dinero que lo despoja de su condición esencial de «ser humano» y se lo cotiza en un mercado de oferta y demanda según edad, color, etnia con lo cual no podemos apelar a un relato amoroso sobre su entrega: deseo de que otros lo cuidaran, preocupación por su futuro sino que queda reducido a una transacción (generalmente no de la progenitora sino de una serie de intermediarios, profesionales y funcionarios).
Por otra parte sus padres adoptivos inician un vínculo teñido «de lo que no se debe hacer», modelo de transgresión donde la realización y concreción que lo que deseo es lícito lograrlo bajo cualquier precio, renuncia ética que no deja de tener implicancias en el modelo identificatorio que se le propone al hijo acerca de lo prohibido – permitido – posible y el límite que es necesario aceptar frente a la norma y la ley aún en casos de arbitrariedad.
En muchas circunstancias los padres enmascaran estos hechos con relatos confusos que promueven en los hijos fantasías de haber sido robados, con la ambivalencia que surge hacia los adoptantes y la desconfianza que se irradia a otros sectores del vínculo y la convivencia.
La falta de datos acerca del origen, la carencia de un expediente deja un vacío angustioso que el adoptivo no tiene modo de completar y coloca a los padres y al vínculo en un status de inseguridad y fragilidad no amparado por la ley.
La premura por armar una familia desconoce de esta manera los riesgos que implica iniciarla de este modo, y que tolerar la espera genera un sufrimiento y malestar comparativamente menor y mas breve que una crianza teñida de temores, ocultamiento y falseamiento de datos sobre la identidad.
El adolescente suele verse abrumado por preguntas dolorosas sobre sus padres, su ilegitimidad y la fantasía que de reencontrarse con su progenitora podría escuchar un relato que difiera y que se sostenga en haber sido robado/arrancado sin deseo por parte de ella de haberlo entregado. Fantasía que subyace como deseo frecuente en todo adoptivo con el deseo de construír un origen ligado más a lo amoroso – retentivo que al desprendimiento y a la renuncia. Esto lo condena a un exceso de trabajo psíquico para anular o disminuír la aparición de sospechas y desconfianza hacia sus padres intentando eludir el dolor de tal verdad.
La identidad para sostenerse requiere de un pasado que anudado en un presente genera posibilidades de proyectos futuros: quién fuí, quien soy, que deseo ser. La falta del primer eslabón deja al tejido psíquico con agujeros que son imposibles de suturar por cuanto en la ilegalidad no hay modo de obtener datos, conocer y fantasear sobre el origen y el enigma acerca de porque sucedió el desprendimiento, cuáles fueron los deseos y motivaciones para la entrega cae en un vacío angustioso y sin respuestas.
Más allá que la información que cada niño recibe es procesada primero por sus padres y luego por él de modo singular, en estas situaciones, lo informado cae bajo duda y sospecha de veracidad.
Hay adopciones realizadas hace aproximadamente 20 años atrás que podrían ser comprendidas en otro contexto, los padres eran asesorados por algunos profesionales para quiénes ése era el mejor modo pues así no había información ni peligro que el niño pudiera buscar y volver a su familia biológica, versiones que se acompañaban de la muerte de la progenitora suponiendo que así se anulaba toda pregunta, enigma y deseo sobre la historia.
Los hechos demostraron que la falta de información no producía el efecto deseado, y el silencio se transformó en ruido, perturbaciones frecuentes en el vínculo y disfunciones familiares. También la experiencia fue dando evidencias acerca de la inexistencia de un supuesto peligro para el adoptivo en querer saber sobre su historia, aún si hubiera deseo de conocer a su progenitora, cuando su adopción está sostenida en un marco legal y ético.
En la actualidad los padres poseen mayor información pero aún no hay una comprensión profunda sobre los efectos de la ilegalidad en la constitución subjetiva de un ser humano: «se lo voy a contar», no da cuenta de comprender la magnitud que implica «conseguir» a un niño usurpando su identidad.
En las familias que estos hechos son constitutivos se hace necesario abrir el diálogo y más allá del reconocimiento por parte de los padres del «error» cometido por desinformación y el arrepentimiento por lo actuado queda la ilegalidad como un tema a ser profundamente abordado en el vínculo para mitigar lo más posible sus consecuencias negativas.
Por tal razón sugiero a los futuros adoptantes desestimar el refrán popular acerca de que el fin justifica los medios y reflexionar, orientarse para no actuar impulsivamente pues la inscripción como hijo biológico y/o el intercambio de dinero por un niño, lo despoja de su derecho al respeto por su identidad y lo convierte en un objeto de abuso por parte de los adultos involucrados.
Cabe a los legisladores y funcionarios que la ley se reglamente e implemente adecuadamente, que el trato con los futuros adoptantes sea respetuoso y considerado de la ansiedad que genera esperar un hijo, que se les brinde la información clara y los tiempos de espera se ajusten a las necesidades de adoptantes y niños necesitados de familias sin demoras innecesarias ni desvíos por circuitos ilegales.
* Directora de la Fundación Adoptare.