¿Quien soy? – Estela Smania*

Me engañaron. Son todos unos malditos, malditos mentirosos. Los odio, los odio. Me caeré muerta ahora mismo. Mamá gritará como una loca y querrá resucitarme a besos. Papá se pondrá muy pálido y se quedará mudo para siempre. La abuela andará por ahí repitiendo todo el tiempo que Dios no es justo y que le tocaba a ella y no a mí. Los estaré viendo a través de mis ojos cerrados porque, según Martina a los muertos se le ponen los párpados transparentes. Me voy a poner contenta de que estén sufriendo porque los odio, los odio a todos. Me engañaron como a una tarada. Con razón mamá decía que yo era la hija de su corazón y papá se hacía el sordo cuando le preguntaba por qué yo no tenía hermanos. Con razón la abuela bajaba la vista si le pedía que me contara cómo era yo cuando nací. Cuando el gordo Martínez me dijo vos sos adoptada, le grité gordo fofo y mentiroso, pero enseguida supe que esta vez el gordo no mentía como es su asquerosa costumbre.

Se ve que me puse más blanca que un papel porque él se asustó y salió corriendo con la enorme barriga que tiene a cuestas. Lo odio por conocer un secreto requetemío que yo no conocía ¿Entonces lo sabían todos menos yo? Y a la escuela no vuelvo nunca más porque ya no quiero ver a ninguno de mis compañeros que son unas mosquitas muertas. Ni a Andrea que seguro también lo sabía y tampoco me lo dijo. No sé para qué juramos que íbamos a ser como hermanas toda la vida. Hoy mismo me voy de esta casa y la plata que tengo guardada para Navidad me la gasto en cualquier cosa y mi mamá se queda sin los aros y mi papá sin la corbata. Porque si yo me he quedado huérfana de padres, ellos se han quedado huérfanos de hija que es peor. Les dejo una carta y me mando a mudar. Y no me llevo nada porque ya no tengo nada, pero nada mío. Ni sé quién soy ahora. Sólo me queda mi nombre, porque eso supongo que sí es mío y además uno no se lo puede sacar. Mamá siempre dijo lo elegí para vos. A mí me gusta llamarme como me llamo porque hay un montón de Florencias, de Flavias, de Constancias, pero yo sola me llamo Anahí, por lo menos en mi escuela. Y si no tengo papá ni mamá tampoco tengo abuela ni tíos ni primos, ni nada. Me da lástima por el tío Manolo que es solterón y es mi tío preferido y yo soy su sobrina preferida, por eso siempre cae a casa con un regalo para mí. Pero seguro que una mamá y un papá debo tener como tiene todo el mundo.

Ojalá que estén muertos! Y si están vivos y algun día los encuentro, se van a arrepentir de haberme dejado porque soy una de las más altas de la clase y también la mejor en geografía. Es que a mí la geografía me encanta y me sé los nombres de todas las capitales y de un montón de ríos que nadie más se sabe. Tampoco a ellos los querré nunca porque mi mamá dice que ser mamá es estar al lado de la cama cuando uno está enfermo, es llevarlo a uno a la escuela el primer día de clases, es prepararle a uno las tostadas con manteca y miel y preguntarle qué le pasa a uno cuando anda triste. Y aunque mi mamá sea una mentirosa me parece que en esto dice la verdad. Lo que sí me llevo es el chaleco que me tejió la abuela porque ella me lo regaló el año pasado para mi cumpleaños y me dejó elegir el color y la lana.

Como afuera hace frío, seguro me muero de frío y de hambre y no me va a importar que mi mamá llore como una descosida ni que mi papá se ponga requete pálido ni que mi abuela se quede con toda mi pieza para ella sola. ¿Y si el gordo fofo mintiera como siempre? No, no miente porque yo no me parezco a nadie de la familia y por eso la tía Elena siempre me dice negrita divina. No voy a llorar más porque me voy deshidratar. Y no hago caso cuando Martina me grita que vino Andrea. Seguro que viene a decirme que me tiene lástima y a lo mejor su mamá le dijo que venga. No quiero ni verla. Que se vaya. Ella no puede entender nada. A ella no le ha pasado ni le va a pasar nunca porque tiene los mismos ojos color de miel de su papá. Martina grita de nuevo. Martina siempre grita como si los otros fueran sordos. Más sorda será ella que es vieja y fea y ni sabe hacer el café con leche y me las va a pagar. Andrea entra a la pieza. Ni prendo la luz. Me pregunta ¿Anahí, estás ahí? y a mí me gusta cuando lo dice porque le sale en verso. Se lleva por delante una silla y eso me da gracia pero no me pienso reír. Cuando se acostumbra a la oscuridad me descubre tirada en la cama. Dice no lo sabía. No le creo ni medio. No la escucho. Elefante… vigilante… elegante… estudiante… atorrante… Dice que su mamá le dijo que yo tengo mucha suerte porque mi papá y mi mamá me eligieron y si me eligieron a mí entre otros chicos es seguro que me quieren más que a nadie. No le contesto. Dice que me deja el broche que es de ella pero que a mí me gusta y que desde ahora es mío para que me acuerde que juramos ser como hermanas toda la vida. Andrea se va y yo lloro y lloro como una catarata. ¡No sabía que uno podía tener tantos litros de lágrimas guardados adentro! Y ya no veo las horas de que vuelvan mi papá y mi mamá aunque no sé qué voy a decirles. A lo mejor les digo que Andrea dice que soy una elegida y casi seguro que cuando los tres dejemos de llorar me cuentan todo porque yo creo que mi mamá y mi papá nunca me deben haber mentido, más que en esto.

Lo que no sé es si podré perdonarlos algun día. De la mano de papá

Dicho y hecho. Papá y mamá me contaron todo. Lo que no entiendo es por qué me mintieron. Siempre dicen que no hay que mentir. ¿Y ellos, eh? Antes me asustaban con eso de que me iba a crecer la nariz. Como si los grandes por ser grandes tuvieran permiso. Mi mamá lloraba y parecía que en cualquier momento ¡ zápate! se iba a caer desmayada. Mi papá lloraba también. Después dicen que los hombres no lloran. Claro que lloran, lo que pasa es que lloran distinto, casi sin ruido, como para adentro. Yo no los podía mirar, así que con los ojos en el piso les pregunté: ¿Y ahora cómo los llamo? Papá y mamá, por supuesto, contestaron los dos al mismo tiempo y mamá empezó con eso de que ser mamá…

Papá prometió llevarme al lugar donde me encontraron y cumplió. Mamá al oirlo abrió la boca como si fuera a gritar, pero mi papá le pasó el brazo por encima del hombro y le espantó el susto. Salimos juntos. No hace mucho frío pero yo no puedo dejar de temblar. Por suerte a él se le ocurre darme la mano como cuando era chica y como su mano es grande y está calentita yo dejo de sacudirme. Llegamos a una casa enorme, toda blanca como un hospital. Subimos quince escalones. Lo sé porque los cuento. Yo tengo la costumbre de jugar a eso. Las piernas se me han puesto como de trapo. Papá habla con la primer monja que encuentra. Ella lo manda a Familia y Adopción Nº 5 Cuento Estela Smania* ¿Quien soy? 17 hablar con otra y ésta con otra más. A mí me entran unas ganas locas de salir disparando pero miro todo el tiempo el fru fru de los vestidos negros.

No oigo nada de lo que dicen. Mate… chocolate… andate… CALMATE. Pasillos y más pasillos. Hasta que llegamos al patio, entonces levanto los ojos y veo. Hay un montón de chicos que juegan sin hacer bulla. Nada que ver con los recreos de mi escuela que son un batifondo. Vuelve el maldito frío y el susto en las piernas. Me duele la garganta y las lágrimas se me quieren escapar. Vos eras un bebé recién nacido cuando vinimos, dice mi papá. Cuando puedo hablar le pregunto si él cree que mi mamá me dejó en ese lugar porque no me quería. El dice que no porque yo era preciosa, sólo que hay veces… Y mientras él habla me da mucha lástima por mí que no entiendo nada, por mi mamá de verdad, por mi papá que está muy pálido y por el chico con la cara paspada y los mocos colgando que se le ha prendido de los pantalones y repite: ¿vos sos mi papá? Volvamos a casa que tengo hambre, pido, y volvemos sin hablar, otra vez de la mano.Yo lo estoy queriendo mucho a mi papá y pienso que algun día, cuando sepa quien soy lo voy a querer lo mismo. Se ve que él adivina lo que pienso porque suspira metiendo todo el aire para adentro y le vuelven los colores a la cara. Mamá está en la puerta. Justo vengo de la panadería, dice, pero miente otra vez porque yo sé que nos estaba esperando. Santos del cielo que no me pregunte nada… Se ve que los santos me escuchan porque me da un beso y deja que me meta en mi pieza. Sentado en la cama está mi oso peluche. Creo que me mira desde sus bolitas de vidrio. Me acuesto y lo abrazo fuerte. Lo estrujo, lo huelo, lo mojo. Oso peluche meteme en tu buche… Me quedo dormida hasta que Martina viene a avisarme que los ñoquis ya estan en la mesa .¿Con salsa o con manteca ? Me dan ganas de preguntarle, pero no me sale. Nadie habla. Me entretengo en mirar una mosca que revolotea sobre la mesa. Mamá odia las moscas, pero esta vuelta no dice nada. Nadie dice nada… Hasta que a Martina se le ocurre que yo tengo las piernas largas como mi papá, así que seguro que cuando sea grande voy a ser tan alta como él. Gracias Martina, pienso y le pregunto ¿me habló Andrea? Comé que se te enfría, dice mamá. ¿Ninguno vio mis anteojos? pregunta la abuela y los tiene colgando sobre el pecho. Nos reímos y a mí me parece que por suerte, todo vuelve a ser casi como antes. Sólo mi papá se queda callado, pero él es así porque como dice siempre, para hablar, basta y sobra con nosotras, sus mujeres.

* Estela Smania.
Autora de la novela: “Pido Gancho” Editorial Sudamericana 1991.