¿A quién se parece? – Lic. Graciela Lipski*

La llegada de un nuevo integrante a la familia despierta una espontánea e imaginaria adjudicación de parecidos a las diferentes familias de origen.

El sentido de rasgos compartidos que otorgan identidad y pertenencia pareciera constituír una necesidad de todo grupo humano. Lo visible, la exterioridad, son los rasgos físicos, la etnia, que luego se va complejizando con elementos que hacen a la cultura; valores e ideales del grupo al que se afilia un sujeto.

La extrañeza que suele generar en la adopción incorporar a un ser humano ajeno a la propia genealogía, suele producir frecuentemente resistencias en los preadoptantes y su entorno.

El deseo de previsibilidad y certidumbre de lo que sucederá en el vínculo parece asentarse en la certeza que la semejanza física y la herencia genética es garantía de estabilidad y falta de conflicto entre padres e hijos.

Es frecuente escuchar: “Que no sea negrito” “que se parezca lo más posible a nosotros” “que no se note mucho la diferencia “…

A mi entender son expresiones que encubren a través del deseo de parecido físico el anhelo de negar la evidencia de una diferencia constitutiva e invisible , más profunda , difícil de aceptar y que se supone quedará anulada, minimizada o pasará inadvertida con la apariencia de familiaridad que el parecido físico sugiere.

La ilusión de no diferencia y de homologación a las familias de lazos sanguíneos parece sostenerse en la existencia de parecido físico, modo ilusorio de invisibilizar lo que remite a lo constitutivo original base a partir de lo cual se constituye “lo adoptivo”.

El intento de desmentir la evidencia de lo ajeno –en tanto proviene de otros no familiares– puede racionalizarse con muchos argumentos.

Para algunos se centra en la incomodidad y discriminación que el niño y los padres pueden padecer, la probable integración dificultosa en un medio étnico diferente, todas causas atendibles y necesarias de ser exteriorizadas y elaboradas.

El trabajo de orientación y reflexión permite comprender que la evidencia externa de la biología diferente es el aspecto manifiesto de un patrimonio que constituye lo adoptivo y conforma a esta familia con su historia en el interjuego con “la otra historia”, con la que se convive independientemente de la voluntad o de la mayor o menor similitud física.

A pesar del deseo de invisibilización de “lo adoptivo” que puede subyacer en la aspiración de semejanza física, esto puede constituírse en un boomerang por la inevitable frustración que implica la imposible homologación de mayor parecido físico a hijo biológico, tanto para los padres como para el niño.

Comenzar a deconstruír, descomponer y recomponer, qué encierra el deseo de parecido físico para poder querer y ahijar a un niño sea probablemente un camino que implica dolor por el descubrimiento que lo “ajeno” no es sólo lo físico y que es riesgosa la ilusión que la similitud anula la diferencia que inevitablemente constituirán aspectos de la identidad.

Lo ajeno, no familiar es un patrimonio que aportan simultáneamente el niño y sus padres, ya que ambos protagonizan el encuentro con otro dónde la continuidad biológica se ha roto y quedan mutuamente excluidos con aspectos incompartibles que pertenecen al origen biológico.

Si bien lo ajeno, desconocido convive con todo ser humano respecto de sí mismo y de otro semejante dada su singularidad e intimidad, la adopción agrega un plus a esta ajenidad existencial: el origen, los ancestros, los progenitores, la existencia de hermanos consanguíneos, la cultura de la cual proviene, preguntas y enigmas propias de toda adopción que son independientes de cuán parecido sea el niño a sus padres.

La renuncia a ser iguales a las familias biológicas –como si estas fuesen homogéneas– es una primera aceptación que permite transitar el propio camino, construyendo una identidad que no se intenta ocultar, evitando la autodiscriminación y el autorechazo, naturalizando ciertas diferencias como parte constitutiva de este modelo familiar.

Es una posibilidad de reformularse y postergar la respuesta frente a la propia pregunta ¿A quién se parece? Con una espera que el tiempo de la crianza y la cualidad del vínculo va otorgando con el aporte de los aspectos amorosos estructurantes –modelos, valores, ideales– que hacen del niño en ese punto un semejante y un diferente a su familia, según el modo y el procesamiento individual en que cada uno recibe, procesa y transforma lo recibido, donde se van entrelazando lo ajeno y lo familiar constituyendo una identidad ligada a la historia y al presente.

La desaprobación hacia los futuros adoptantes por expresar preferencias: que no sea negrito…, que se nos parezca… constituye a mi modo de entender un error ya que coloca a los mismos en situación de falsear sus sentimientos, genera autoreproches por considerarse racistas o inhumanos, aceptando un niño formalmente y albergando obstáculos para integrarlo con sus diferencias.

Sería deseable permitir sin censura ni preconceptos favorecer el despliegue de deseos, prejuicios y preferencias para tener la oportunidad de trabajarlas y de ser posible transformarlas atendiendo a las causas más profundas que subyacen a estas elecciones.

Es un modo que un niño no arribe a un lugar que aún no puede acogerlo y nos permite trabajar con los futuros padres para que la comprensión de lo diferente y ajeno no se focalice erróneamente tan sólo en el parecido físico.

Se trata de la creación de un interjuego dinámico entre discontinuidad/ continuidad, se interrumpe la continuidad biológica –para el niño con sus progenitores, para los adoptantes con un hijo biológico, y se inaugura la continuidad con la experiencia cotidiana de convivir y sostener los afectos, más allá de los inevitables conflictos inherentes a todo vínculo.

A partir de allí lo ajeno va deviniendo conocido , reconociéndose en los lazos que se tejen y el niño comienza a parecerse en gestos, miradas, actitudes y valores, dónde lo que une y otorga pertenencia familiar no es la semejanza física ni la ausencia de diferencias sino otra cualidad profundamente humanizante y ligadora: los afectos.

* Directora de la Fundación Adoptare.