Por una nueva cultura de la adopción – Lic. Fernando Freire*

Todas las sociedades han tenido que responder a determinadas preguntas: ¿Quienes somos como colectividad? ¿ Qué queremos? ¿Que nos hace falta? ¿Qué somos los unos para los otros? Las sociedades son construídas a medida que se van respondiendo estas preguntas, respondiéndolas van construyendo la vida y la esperanza. Y es, precisamente, en ese hacer cotidiano de cada comunidad que las respuestas a estas preguntas cobran todo su sentido.

Debemos preguntarmos: ¿Cuál es el papel de la adopción en nuestra comunidad? Para poder responder esta pregunta precisamos comprender mejor una experiencia humana llena de profundos significados: la experiencia de la adopción vivida a partir del interés superior del niño, del niño que perdió definitivamente la protección básica de aquellos que lo engendraron.

Precisamos, también, conocer mejor los muchos caminos de la adopción, sus diferentes y, a veces, contradictorias expresiones. Debemos preguntarnos: ¿hacia dónde nos llevan los caminos de la adopción? ¿A dónde pretendemos llegar?

En Brasil, como en otros países, nuestro mayor desafío es el desarrollo de una nueva cultura de la adopción para el niño, para aquel niño que precisa encontrar una nueva familia, una posibilidad de crecer con la protección que merece y precisa durante su infancia. Si es posible afirmar que un niño abandonado es la señal más grave de las deficiencias de una sociedad, tenemos la clara dimensión de nuestras responsabilidades.

Como cultura, entendemos la interacción de un conjunto de modelos comportamentales, de creencias, de instituciones, de valores espirituales y materiales construídos y transmitidos, colectivamente, por todas las comunidades. El concepto “cultura” está también asociado a desarrollo, a construcción de nuevos valores, la cultura está siempre asociada a transformación.

Cuando hablamos de adopción, hablamos de la construcción de un proyecto de vida para miles de niños y niñas, hablamos de la construcción de valores morales de ciudadanos, hablamos del futuro de nuestras sociedades, hablamos de esfuerzos colectivos en la mejora de los derechos y valores humanos, hablamos de humanidad.

Resulta de todo imprescindible, en este sentido, identificar los desafíos, reconocer los límites aún existentes –como es la adopción de niños mayores, de niños con necesidades especiales, o las adopciones interraciales. En la adopción, precisamos desarrollar siempre una postura ética, apoyando efectivamente el derecho de un niño a vivir en una familia que lo ame y lo proteja.

No podemos cambiar, como por arte de magia, la sociedad en que vivimos, pero podemos plantear las cuestiones que nos preocupan y buscar respuestas. Podemos, a partir de una transformación en nuestras vidas, crear oportunidades concretas para que todos los niños y niñas puedan vivir su infancia.

Utopía es una palabra en desuso. Utópica, hoy en día, es aquella persona que tiene nubes en la cabeza, sin ningún nexo con la realidad, en la mejor de las hipótesis, un poeta. Y, sin embargo, sin la búsqueda permanente de un mundo mejor –“un otro mundo es posible”– nos sumergimos en la desesperanza y el conformismo, negamos nuestro potencial transformador, negamos nuestra trascendencia. Precisamos siempre recordar que la naturaleza del hombre es la de ir más allá de aquello que la naturaleza le dió. Trascender la naturaleza es la verdadera naturaleza del hombre.

Y esto también puede ser aplicado a la experiencia adoptiva. Dejemos de buscar lo que tantos, antaño, desearon, que la adopción fuera la imitación de la biología, intento inútil y absurdo, también perverso, pues estuvo en la base de los obstáculos culturales para la realización de las adopciones de niños mayores y de la adopciones interraciales. También la adopción se opone a la naturaleza, porque en la adopción están la solidaridad y el amor humanos.

Con el desarrollo de una cultura de la adopción para la infancia, con la construcción de un nuevo concepto de la adopción, que va más allá de la simple y limitadora “imitación de la biología”, en el que la opción y la decisión personal supera el límite tradicional de las parejas sin hijos, seremos capaces de asegurar el derecho a convivir en familia y en comunidad de todos los niños que perdieron la protección de su familia de origen y que esperan una nueva oportunidad para poder aprender, o reaprender, el significado profundo de las palabras padre, madre, familia.

* Fernando Freire es brasilero. Reside en San Pablo, trabaja como psicólogo en la organización Terra dos Homens, con niños y adolescentes de la calle y en situación de riesgo.