Testimonios

Un viernes atendí el teléfono: -«Buenos días, hablo del Juzgado tal y tal. Aquí aguarda una niñita de 4 años por Uds. Sabemos que habían pensado en un niño más pequeño, queremos saber si están dispuestos…»- Colgué, hablé con mi marido; no tuvimos nada que pensar, era nuestro llamado.

Ya casi se cumple un año desde que la vida nos reunió con E. y nos iluminó con este desafío tan maravilloso. Si miramos hacia atrás no deja de sorprendernos el poder que tiene el amor.

E. llegó con mucho miedo a casa, pasando por un duelo de separación del hogar en el que había crecido estos 4 años y volcando todo esto con mucho enojo hacia nosotros. «A esta edad las palabras no alcanzan» nos repetían, solo el tiempo… En esta etapa inicial nos preguntamos muchas veces llenos de incertidumbre si E. nos llegaría a querer alguna vez. Hoy sabemos que con amor, paciencia y mucha contención todo va llegando y mucho antes de lo que hubiéramos creído. Luego E. empezó a notar que parecía que había algo de cierto en esto de que «una familia es para siempre» y que «te vamos a querer y cuidar toda la vida». Comenzamos a reconocer gestos nuestros en ella y sobre todo sentimos que nos iba eligiendo como padres. Desde el primer momento fuimos asesorados en forma intensiva lo que consideramos, desde nuestra experiencia, de gran ayuda.

Es difícil describir la satisfacción que nos da ser partícipes de una oportunidad de vida de tal magnitud, pero queremos compartirla y alentar a todo aquel que desea abordar un compromiso de vida con un niño un poco más grande.

La mamá de E.

Como si la hubiera adoptado…
-¿ Verdad que la quieres cómo si la hubieras parido?

La típica pregunta, tras la cual todos esperan el típico sí., me llevó internamente a un no que quiero compartir desde estas líneas con todos vosotros.

– No, no la quiero como si la hubiera parido. De hecho, la quiero bien, bien, como si la hubiera adoptado. Los primeros recuerdos que tengo de mi hija son la sonrisa de una niña de diez meses al vernos por primera vez; la mirada de muchos otros niños contemplando, desde sus cunitas, el milagro de nuestro encuentro y esperando el suyo; los abrazos en las piernas de esos pequeños de 3 y 4 años llamándonos «papá, mamá», «papá, mamá» intentándole dar como mínimo voz de deseo…

Todas las emociones que vivimos cuando fuimos a buscar a nuestra hija, todas aquellas lágrimas incontenibles, todas aquellas risas que consiguieron vencer, finalmente, tanta y tanta tristeza, no se sienten cuando pares un hijo. El embarazo y el parto, cuando la mujer los vive con pleno protagonismo, con todos sus deseos, son una experiencia maravillosa, un auténtico milagro, un triunfo salvaje, la más merecida y gran victoria….Pero aún así ¿quién podría olvidar jamás la tristeza de aquellos pequeños ojos, ausentes y perdidos por no tener a nadie, que se llenaron, poquito a poco, junto a papá y a mamá, con la luz eterna de la risa?.

No, nunca la podría querer como si la hubiera parido, porque es demasiado grande el privilegio, la emoción, de haberla adoptado.

Necesitaba ella tanto unos padres!!! Deseábamos nosotros tanto un hijo!!!

¿Es que puede haber algo más emocionante, más perfecto, que este encuentro?

A.M. (Barcelona)
Texto extraído de la revista Nº 1 «Infancia y Adopción» de ADDIA. Barcelona . Marzo 1997.